De un pueblo que había sabido sobreponerse a tempestades y se había librado homogeneizando naturalmente un choque cultural del cual solo uno saldría vivo, resulto solo en un marcada identidad, un tatuaje indoloro e invisible, un olor a flor de cempasúchil, un mezcal que tuvo vida y unos frijoles hervidos en ollas de barro en rudimentarias cocinas justo a un lado de tortillas recién calentadas en las manos de madres sufrientes, de padres del campo, jornaleros sobrehumanos que trabajaban la tierra con una pasión enorme que no mediaba con el humilde sueldo que solo daba para frijoles y tortillas.
Algo se hacia, quizá un bordado en la madrugada con los dedos adoloridos, carpetitas de círculos perfectos con telarañas que eran motores de sueños.
De ese vestido colorido hecho de retazos de telas finas, con esas flores del campo que les sostenía. Era un cuerpo de adolescente que aun sin acostumbrarse a los zapatos de la gran ciudad estilizaba el cuerpo procreador.
Que bailaba frente a sus familiares, en guitarras descarapeladas que afinadas marcaban pasos que evocaban una transición humana, una hoja de elote que no pudo cubrir a las mazorcas y rendido se separaba para mostrar el brillo y la limpieza del grano.
Una virgen de Guadalupe, una oración a las 12 del día y un apretón de manos que olía a incienso y se sentía frió como los tabiques que armaban a pieza suelta el templo, una cruz de un salvador moribundo que sangraba en los puños, un altar colorido de calaveras de alfeñique, un sol abrasador que no avecinaba la necesaria lluvia que salvaría al pueblo.
La cabra que fue especialmente criada para alimentar ese día a la familia, una carne jugosa que se acompañaba con tortillas y arroz rojo, que servia de antesala al tema de las vacas flacas, que murmuraba folklor en el enrollar de la tortilla.
¿Que era lo que les hacia tan felices frente a tanta pobreza?
Su lenguaje tal vez, un vocabulario de diminutivos con letras entrecortadas, que sonaba como si cantaran, Quizás lo era su mentalidad que resumía todo a binomios, puede ser también su fe ciega, el sueño de prosperar, de no tener que preocuparse porque comer, de poder cubrirse del frió o donde la lamina que funge de techo no gotee.
Son Mexicanos ricos en identidad; abrazados de un rebozo que sabe que se sufrió mas y el sentimiento de hoy tan solo es un camino agreste antes de la temporada de lluvia, un dorado que antecede al verde, al sonido de la cigarra y al roció de la mañana.
Dejo la canción del día
Mucha suerte, Yo del futuro...
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