"Algo que se mueve puede ser un latido, algo que se encuentra puede ser un respiro..."
Camila Moreno
En el centro del bosque se encontraba un inmenso árbol de gran tamaño. Rebosante de un follaje denso que apenas dejaba escapar unos cuantos rayos de luz al suelo, cubierto de frutos en sus mas lejanos extremos, jugosas manzanas dulces que caían al suelo para alimentar el hábitat.
Era el centro del lugar, un centro tan lejano que entre el denso peso de los arboles comenzaba a hundirse. Aun así florecía con velocidad manteniéndose en temporada en el mas cruel invierno.
El gran manzano aburrido de prosperar se distraía bailando con el viento, sacudiendo sus ramas, dejando caer su fruto para ser accesible para todos.
Aun así estaba aburrido.
Años mas tarde el árbol vio a una madre con un hijo en brazos, de apariencia desgastada la pobre mujer dejo en la mas grande rama a una pequeña bebe que con suerte rebasaba el año.
La mujer visiblemente sacudida se perdió en un vacío turbulento para nunca mas volver.
El árbol acuño como tarea cuidar a la desafortunada criatura con las recursos que tenia, cubriéndola de sombra cuando el sol pegaba mas fuerte, expandiendo sus ramas para dejar entrar al calor del fin de otoño, alimentandola de dulces manzanas verdes, trayendole agua desde el risco para asentarla en su borde mas curvo y protegerla en la oscura noche.
Durante varios años sostuvo con firmeza la existencia de la niña.
El árbol por fin estaba entusiasmado de existir, sentía la frescura del viento con alegría y ahora ya no solo bailaba para deshacerse de sus manzanas, bailaba para rendir reverencia a la vida, sus ramas silbaban en sus verdes bordados, sentía su presencia útil.
Cuando la niña llego a los 6 años fue encontrada por dos exploradores, quienes la llevaron al lugar mas cercano de civilización humana. No importaba cuanto se quejaba el árbol agitando con fuerza sus troncos para tirar hojas aun verdes, ellos no lo escuchaban.
El manzano rendido ante la futilidad de su crianza dejo de hacer manzanas, dejo de florecer y comenzo a hundirse rechazando su destino.
Cuando la niña, ahora una mujer volvió al gran manzano no encontró nada mas que un árbol inclinado a punto de quiebre, opaco y peligroso.
La mujer angustiada tomo del árbol una rama para pasar la noche ahí, haciendo una fogata.
En el tibio fuego reposo la noche y en sueños logro cruzar palabras con el moribundo tronco.
Al día siguiente encontró el árbol reverdeciendo como retando a la naturaleza, agitándose con alegría en la mañana mas seca de la temporada, la mujer abrazo al árbol y se retiro hacia donde sus raíces no podían verla.
Cada año ella volvía, para pasar la noche, tratar de reparar el hundimiento y comer 3 de las mejores manzanas que el robusto árbol podía darle.
Los años pasaron hasta convertirse en décadas.
Durante los últimos otoños la mujer se ausentaba con mas frecuencia, el árbol no sabia que pasaba y con preocupación veía como su vacío se agrandaba.
En una tarde de abril la mujer volvió, en un pequeño cajón cargada por cientos de hijos, nietos y bisnietos. Los hombres encontraron el hundimiento y depositaron el cuerpo en el vacío.
El árbol vio como se iban en lágrimas a la vez que sentía en sus ramas el destino de su existencia, por fin podía tocarlo.
Tuvo que esperar con ansias unos años hasta que el estado físico de la mujer se disolvió para volverse uno con el árbol, entonces, desde la raíz hasta la punta mas alta sintió una espiritualidad que lo envolvió en una alegría, en la compañía de la que tuvo que esperar años para que se volviera eterna, entonces así durante muchos años mas, cada noche oscura en el bosque se escuchaba el baile de los dos, silbando de alegría, golpeando sus ramas para dejar salir sus hojas muertas, sintiendo en la ausencia del viento el enorme aire de la vida en la flor del manzano.
Dejo la canción del día (Me inspire en esta pieza para escribir el cuento)
Mucha suerte, Yo silbante del futuro.
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