viernes, 5 de abril de 2019

AYELÉN, La Divina Deidad y los Vientos


CAPITULO 1
CAMINO A CUAUHCUE

Una niña aburrida se encuentra en el asiento posterior del Subaru color rojo de su padre, el coche rechina todo el tiempo, los espejos tiemblan y las maletas vibran cuando el camino se vuelve pedregudo. Resulta agobiante escuchar el sonido de un auto viejo cuando la radio no recibe señal, es un viaje de 6 horas que cada vez se vuelve más pesado. Van camino a Cuauhcue, un pueblo mágico en el sur de México del que poco se sabe.
Ayelén apenas tiene 9 años, una estatura inferior a sus excompañeras de grupo, el cabello corto hasta donde empieza el cuello y una piel cobriza que al sol luce preciosa, todo esto queda eclipsado cuando se miran sus ojos, que son enormes canicas negras. Ayelén luce aburrida, recargada en el asiento mirando de arriba abajo el tamaño de los arboles y las gotas del roció que corren por las ventanas del auto. Piensa en su amigo Carlos, crecieron juntos y le cuesta concebir la vida fuera de su lado.
-Aye, tenemos que recibir esta oportunidad con los brazos abiertos.
-Papa, no empieces…
-Somos afortunados, muy poca gente ha logrado entrar a Cuauhcue, y nosotros tenemos la oportunidad de estar ahí, ¡es un pueblo mágico!
-Yo no quiero moverme a ese lugar, quiero a mi amigo y mi casa.
-Aquí tendrás nuevos. Siempre, siempre debes aceptar lo que la vida te ponga en el camino, ¡aprenderás mucho!
-No creo que se pueda aprender algo de ahí, seguro comen hojas y toman orines.
-Ayelén, por favor…-
-Pues tú tienes la culpa, no deberías llevarme a un lugar como ese, siempre piensas en ti, en tu trabajo, ¡nunca en nosotros…!
-Ya hablamos sobre esto…-
-Siempre hablamos, sobre todo, desde que murió Na…-
- ¡Ayelén! - José interrumpe y desde el retrovisor la mira con recelo.
-Si, papa. -
Ayelén suspira un poco y recarga la cabeza en la ventana del auto, es cansado viajar por tanto tiempo dejando todo, y aunque su padre se encuentra entusiasmado por su nuevo traslado, es difícil estarlo cuando toda tu vida parece voltearse sin poder cuestionar nada.  
Hace un tiempo ambos sufrieron un duelo. Una persona cercana a ellos falleció de forma repentina y desde lo sucedido José evita que Ayelén pronuncie su nombre cuando esta molesta, cosa que enfurece la aun mas y con rencor prefiere guardar silencio.
El sol se está metiendo silenciosamente, la carretera no emite sonidos y las luces del auto se encienden de repente, lo cual les hace pensar que están cerca del lugar, además un bosque de cedros empieza a poblar violentamente los alrededores eclipsando el crepúsculo del sol, dejando ver un rojizo cielo despejado en la nada. La transición es ominente y eleva las expectativas arrastrando los últimos instantes de su vieja vida con la intención de soltarlos.
Han pasado 40 minutos desde aquella conversación, y el sueño comienza a tomar parte, el retumbar de su cabeza en la ventana no es impedimento para dormir, parece que está perdiendo la batalla, pero atravesando los arboles Ayelén nota un pequeño animalito siguiéndoles. Se le complica definirlo, parece un tlacuache, pero tiene una cola anillada como si fuera un lémur y unas orejas de gato.
- ¿Pá, que es eso? El padre baja la velocidad y mira de reojo hacia la izquierda del camino.
-Qué raro.
-Que?
-Parece ser un Cacomixtle.
-Un qué?
-Cuando vivíamos en Puebla el fraccionamiento estaba repleto de ellos, al parecer se están extendiendo al sur, a mi siempre me parecieron extraños, pero Nana los adoraba.
-Nana amaba todo.  murmura con la mirada hacia abajo, haciéndole perder de vista el animalito y enfocarla en sus tenis rotos.
El paisaje ha dejado de ser regular y la señalética ha desaparecido del camino.
 José saca un mapa físico para poder guiarse.
El padre de Ayelén es un hombre corpulento, de una estatura que rasca los dos metros. Las personas que hablan con él siempre le miran hacia arriba, su piel es de un durazno que en las articulaciones tiende al rosa y en sus manos siempre pesadas esconde ante todos su trabajo; un restaurador formidable.
José y Ayelén van rumbo a Cuauhcuetzpalin, uno de los 8 pueblos ocultos entre la república, contándolos a ellos son las personas número 12 y 13 que logran entrar, nada se sabe del lugar salvo que está cubierto de una esfera color ámbar que nunca abre, luce como un enorme ojo de iguana que encierra la comunidad entera. Tan secreta es que se deben someter a pruebas y contratos para saber si son personas aptas para visitar el lugar. José sabe qué esperar del lugar después de leer las guías culturales, pero la idea es emocionante al pensar como funciona todo en su conjunto.
Hace unos meses falleció el señor Evaristo, un restaurador de piezas que tenía como discípulo a José, el señor tenía unas manos milagrosas y una paciencia de tortuga, podría dedicar meses a restaurar diminutas piezas y su reputación le había permitido entrar a 7 de los 8 pueblos. Don Evaristo era reservado y a nadie, ni siquiera a su esposa le revelaba el interior de los pueblos por lo cual recibía plena confianza de entrar y salir cuantas veces quisiera. Su paciencia era la clave para el tratado con los pueblos. Pero ahora que no estaba, todo el peso del trabajo había caído en José, quien debido a su apariencia, seis de los pueblos le cerraron las puertas; excepto Cuauhcue quienes después de extenuantes tramites que parecían no llevaban a nada finalmente aceptaron que pudiera visitarles con su hija, para así continuar con el trabajo prometiendo guardar un inmutable silencio.
Varios medios cubrieron la noticia y durante las últimas dos semana Ayelén tuvo que despedirse de tanta gente, lo cual le complicaba mas la despedida pues encuentra aburrido visitar un lugar que lleva toda la historia de la republica oculta y que, por consiguiente, se encuentre atrasada tecnológicamente y no pueda contactarse más con su amigo.
-Aye!! ¡Despierta! ¡¡Es la cúpula!!- Su padre le agitaba las rodillas desde el asiento del piloto para que pudiera ver la protección.
-Parece el ojo de una víbora.
-Es de una iguana, de ahí el nombre de Cuauhcuetzpalin que significa iguana.
La cúpula se instalaba a la mitad de un lago enorme y una población de cedros colorados altísimos que hacían resaltar esa enorme protección, y unos metros adelante una diminuta cabaña desgastada con varios vidrios rotos que servia como consulado misma que tenía algunos autos viejos en un estacionamiento como para 10 autos
-Hemos llegado, baja las maletas, ¡la cabaña debe ser la entrada!
Ayelén abrió la cajuela y con la cabeza arriba fue directo a la cabaña maravillándose con el enorme ojo protegiendo un pueblo en medio de la nada.
José estaba emocionado, no sabia como era posible lo que estaba viendo, sin embargo, sabía que era real e iba en camino a ello, con unas maletas bien cargadas andando al vaivén de las personas numero 12 y 13 en visitar Cuauhcuetzpalin.

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