CAPITULO 2
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-Bienvenidos
al consulado de Cuauhcue, por favor entren y tomen asiento, ¡hemos estado
esperándolos!
La
cabaña lucia peor en su interior. Estaba roída y visiblemente deteriorada, por
milagro parecía sostenerse. Estaba compuesta por 2 sillas rusticas, una mesa
llena de polvo y algunos folletitos amarillentos. En las paredes se encontraba
una puerta y en la siguiente unas cortinas cubriendo algo.
Los
recibe recién han llegado una persona muxe, que viste un vestido sin mangas
color negro, repleto de insectos bordados, y un tocado en la cabeza de flores
recién cortadas.
- ¡Mi
nombre es Regina! Y mi responsabilidad es informarle sobre los usos y
costumbres de nuestro bello pueblo.
-Muchas
gracias señorita Regina.
-Señorita?
Papa, tiene la marca del bigote, es un señor ¿Que no le ves las patas?
-¡Aye!...
¡Lo lamento mucho, ella no tiene ni idea! - responde José enrojecido con la
cabeza hacia abajo.
-No se
preocupe fuertecito, ese es mi trabajo- Regina se inca y toma de la mano
derecha la mano de Ayelén. – ¡Me presento contigo! Mi nombre es Regina, y soy
Muxe, te preguntaras. ¿Qué son Muxes?
-Todavía
no…
-Somos
personas que nacemos como hombres, pero vivimos como mujeres, si me lo
preguntas, yo me siento como una.
-Luces
como una… De lejos- resuella y Regina ríe un poco terminando la conversación
para dirigirla con su padre.
-Una
disculpa, mi nombre es José, vengo a suplir el trabajo de Evaristo.
-Claro,
todos sabemos quien eres, y queremos que el mural de la escuela este listo
antes de la celebración.
- ¡Cuenten
con ello!
-Para
poder entrar necesitan dejar todas las cosas de metal, en Cuauhcue se prohíbe
el uso de metales. –
El
silencio surge imparable, José guarda silencio, Ayelén le mira con duda y le
responde a Regina.
-Tenemos
en las maletas algo de metal que quisiéramos conservar. -
-Lo
lamento mucho, pero tienen que dejarla aquí, tienen casilleros y sus
pertenencias estarán muy bien cuidadas.
En las
roídas cortinas se encuentra oculta una enorme caja fuerte, contrasta con el
ambiente pues aun cuando la cabaña parece caerse en cualquier momento la caja
luce fuerte y brillante, como si alguien la limpiara con regularidad y
protegiera con su vida lo que hay adentro.
-No te
preocupes Aye. Aquí estarán a salvo
-Pero
papa, prometiste tenerlas junto a ti.
-Si,
pero aquí estarán mejor, imagina que alguien entra a tu habitación y te deja
una tortuga.
-Estaría
muy molesta, odio las tortugas, son viscosas, torpes y se esconden todo el
tiempo.
-Bien,
para ellos el metal es como las tortugas, tenemos que ceder, solo será un
tiempo. - Finaliza despeinándola con delicadeza.
-Bien,
pero escúchame bien señorita Regina, ocupo que las cuides con tu vida, si algo
les pasa te las veras conmigo.
-No te
preocupes chiquitl, tienes mi palabra.
-…-
Ayelén
debe quitarse los zapatos y usar sus botas con su chaqueta de botones de
plástico, mientras que José deja un cinto, las maletas y una pequeña urna con
el nombre grabado de Nana en plata reluciente.
-Oh,
no tenía ni idea- responde regina mirando la urna de cenizas.
-No te
preocupes, confiamos en ti.
Al
abrir la caja fuerte de reojo se pueden ver casilleros enormes con algunas
cosas guardadas, llaves de autos, ropa antigua y las herramientas de trabajo
del señor Evaristo.
-Me
dijeron que no me preocupara por los materiales, ¿aquí me darán unos nuevos?
-Así
es, pero dentro en la Rotonda.
-Muy
bien
Por
favor síganme por este pasillo-
Regina
los conduce por una pasillo enorme formado por barro con dinteles de madera que
cuelan la luz por sus pequeñas aberturas.
-¿Han
oído hablar de los Kones?
-¿Que?
-Kones,
sus hijos-
-Tengo
9 años-
-Jajajajaja,
mejor no se los cuento. Conozcan a mi Kone.
Casi
en la frontera a punto de entrar a Cuauhcue una sombra con movimiento se
rechina contra algo. -
-¡Careni,
ven pa´ca!
La
sombra camina crepitando sus patitas con el suelo volviéndose a medida que se
acerca más grande.
- ¡Este
es mi Kone!, un Cara de niño!
- ¡Ay!
Esta horrible-
- ¡Papa!
-No se
preocupen, es difícil de mirar las primeras veces, pero ya se acostumbrarán… Tienen
que.
-¿Eso
es un Kone?
-Si,
al momento de nacer engendramos al nuestro, es un compañero de vida. Ustedes
también lo tienen, pero solo se materializa cuando están cerca de la protección
de las deidades.
-Yo no
veo el mío. Dice Ayelén girándose para
todos lados.
-Necesitas
sublimarte primero. Luego lo harán. ¡Por ahora suban!
-No,
no, ¡¡no gracias!! ¡¡Yo paso!!
-Papa,
no seas zacatón, ¡yo si me subo!
-¡Además
esa cosa ni nos aguanta! – José grito tratando de ocultar su nerviosismo.
- ¡Los
Kones varían de tamaño según las emociones y motivaciones de sus compañeros,
pero si tú te subes se va a hacer más grandote!
José
cargaba con un morral de sus pertenencias desarregladas, observo el camino que
restaba y no tuvo otra opción que en la idea de subirse al Cara de niño. Así
que se armo de valor y detrás de una Ayelén emocionada se subió al animalito
que rápidamente duplico su tamaño.
-En
Cuauhcue no tenemos carros. Nuestras motivaciones nos manejan todos los días.
El
cara de niño apresuro la marcha y con nulo respeto por quienes lo montaban encendió
una carrera a la cúpula que cada vez brillaba más.
-Agárrense
bien! ¡Atravesar la cúpula es como pasar por cartílago remojado!
Ayelén
se hizo bolita y José la cubrió con su cuerpo, pero el tirón de la entrada los
llevo hasta la cola del animal, quien chillo agitándose con violencia. La
entrada a la cúpula era una gelatina densa, al atravesarla se partía y
rápidamente se regeneraba, era una sensación tan extraña que provocaba mareos y
una ceguera temporal.
Llegados
al interior de Cuauhcue y con la visión deshabilitada, Regina los recostó en lo
que parecía un campo. Les pidió que no abrieran los ojos y encendió un incienso
que olía fuertemente a cilantro.
-Esto
que estoy prendiendo es una aclimatador, ¿Han visto cuando cambias a unos peces
de pecera y tienen regular el agua para no incomodarlo?
-Si.
-Aquí
es lo mismo, estoy alineando sus cuerpos al ecosistema de Cuauhcue, les
presento sus cuerpos a la deidad y oro por su nueva vida.
-Gracias,
pero ¿podemos abrir los ojos?
-No
podrán abrirlos hasta dentro de un tiempo.
Regina
les coloco vendas y los monto a un carruaje impulsado por lo que parecía oírse
dos jabalíes.
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